12 diciembre 2008

In Memoriam

Francisco José Yndurain. Miranda de Ebro. Abril 2006

La semana pasada nos sentábamos en la reducida sala de conferencias de la casa municipal de cultura de este mi pequeño pueblo, tan reducida que mas bien diría yo que se trata de una “habitación de conferencias”, pues hasta el nombre de “sala” le queda holgadamente grande. El conferenciante, D. Manuel Aguilar, doctor en Física por la UCM, que fue hasta el año pasado vicepresidente del CERN ginebrino y actual Director de Investigación Básica del CIEMAT, se disponía a hablarnos de las implicaciones del Gran Colisionador de Hadrones (LHC) en la investigación física actual. Al inicio de la charla, el doctor Aguilar conectó su ordenador pero, en lugar de la habitual carátula de presentación, apareció en la pantalla la imagen de un hombre mayor aunque de aspecto jovial, que inmediatamente me resulto muy familiar. Apenas había empezado a intentar traer a la memoria su nombre, cuando D. Manuel nos dio la noticia: “Antes de empezar, quisiera tener un recuerdo para mi buen amigo Francisco Yndurain, gran persona y apreciado colega. Paco nos dejó el pasado mes de Junio”.

Al oír estas palabras, sentí en el corazón esa tristeza indefinida y melancólica que te atenaza cuando recibes la noticia muerte de una persona que, aun no perteneciendo a tu círculo íntimo, es alguien a quien profesas admiración y respeto, y sobre todo, por el que sientes que el mundo se ha quedado un poquito más vacio y huérfano con su desaparición. Mi pensamiento abandonó de inmediato aquella pequeña sala en la que D. Manuel empezaba a enunciar las características del LHC, y voló hasta un ya lejano día otoñal de 2005, en el cual celebrábamos el centenario del annus mirabilis de Einstein, aquel prodigioso 1905, que vio la publicación de los tres trabajos más influyentes en la física actual de que se tenga noticia. El espectacular auditorio del Palacio Kursaal de San Sebastián, obra de Rafael Moneo, tan diametralmente opuesto a esta diminuta habitación que ocupábamos ahora, rebullía de gentes que habíamos llegado de todas partes al Congreso Einstein, bajo los auspicios del Donostia International Physics Center. El conferenciante de turno, en aquella ocasión, era el profesor Francisco Yndurain catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid, que se disponía a hablarnos de “Relatividad, fotones y partículas”.

Al subir al estrado el profesor Yndurain, una vez se hubieron acallado los protocolarios aplausos, se acercó a la mesa y encendió un enorme proyector de transparencias. “Como en la Autónoma de Madrid –dijo- somos bastante primitivos, (risas) yo utilizo transparencias en vez del Power Point. Me comentaron los organizadores que era preferible que usara Power Point, porque era más elegante, pero yo me acordé de una frase de Einstein, citando a Boltzmann, cuando dijo que la elegancia era buena para los sastres, y como yo no soy sastre…” (risas y aplausos) “Como también soy primitivo en otras cosas, voy a señalar [las imágenes] con un paraguas”. En este momento sacó bajo el estrado un enorme paraguas negro plegado que enseño al público (explosión de carcajadas) “Esto del paraguas es muy interesante, porque en Madrid es un objeto arqueológico, puesto que ya no llueve nunca, aunque aquí en San Sebastián, aun tiene cierta utilidad” (eran años de fuertes sequías) (carcajadas y ovación cerrada). Y efectivamente, el Profesor Yndurain, después de ganarse el auditorio de tan salada manera, completó toda su amena conferencia con el paraguas colgado del antebrazo (mientras no señalaba con él) y poniendo y quitando laminillas en el antediluviano proyector.

No fue aquella la última vez que compartí ese delicioso modo de divulgar ciencia de D. Francisco. Apenas unos meses después, en abril de 2006 y de nuevo en mi pequeña ciudad, aunque por fortuna no en este diminuto cuarto, él (con sus inseparables transparencias) nos regalaba una conferencia sobre “el micro y macrocosmos”. Esa vez no utilizó paraguas, sin duda porque la sequia había remitido. En aquella ocasión y hablando informalmente del sentido común como importante criterio en la investigación científica, salió a relucir la anécdota sobre ciertos alumnos suyos de un seminario de Cromodinámica Cuántica en Santiago de Compostela, a los que propuso cinco problemas que debían estar resueltos al día siguiente. Los alumnos, ante el apuro, se reunieron en una de las salas de la residencia donde se realizaba el seminario y donde todos ellos (incluido Yndurain) se hospedaban. Después de varias horas, habían conseguido resolver cuatro de los problemas, pero el quinto se resistía obstinadamente. A las 1.00 de la madrugada, cuando D. Francisco volvía de conocer la noche santiaguina, se extrañó de ver luz en la sala de reuniones, se acerco allí y asombrado de ver a los alumnos, les preguntó que sucedía. Estos le contaron su tribulación con el “quinto problema” y el, apiadado de sus grandes ojeras, les dijo: “¡Ah! Ese problema… ¡pero si es muy fácil..! Se lo puse para que vean un ejemplo del tipo de cosas que no tienen solución. Bueno, me voy a la cama que es muy tarde. Buenas noches”.

En aquella ocasión, aunque solo habían transcurrido unos meses, le noté bastante más delgado y envejecido que en San Sebastián, aunque siempre dotado de ese entusiasmo contagioso por la ciencia y su divulgación, que hacía que los auditorios la sintieran como algo cercano, e importante, como la aventura intelectual (y a veces humana) que representa, y no como un abstruso galimatías de formulas para especialistas. Quizá en una gran ciudad acostumbrados a tener todo tipo de suministros culturales: conferencias, coloquios, seminarios, etc. estas cosas pasan más inadvertidas, pero en las pequeñas localidades de provincias no dejamos de sentir como un pequeño milagro el poder tener acceso a los conocimientos y la experiencia viva de personas como Francisco Yndurain, Manuel Aguilar, Alberto Galindo, José María Sánchez-Ron, Fernando Flores y tantos y tantos otros que la memoria no me permite ahora recordar. Todo ello en gran parte al buen hacer de instituciones como la Real Academia de Ciencias o el CSIC; pero también, y eso nunca lo olvidaremos, al noble sentido del deber de divulgación a que se someten personas de la talla científica y nivel de responsabilidades como las citadas, y que acceden a dictar una conferencia de hora y pico, en un pueblo perdido del norte castellano, una tarde fría y lluviosa, con 8 horas de viaje y en un local en el que a duras penas pueden sentarse las 20 o 25 personas que asisten, emocionadas, al acto.

Por todo ello, D. Francisco, ahora que llegó el momento de la despedida y que sé que nunca más coincidiremos en ninguna sala de conferencias, fastuosa o diminuta, quiero dejarle esta pequeña constancia de mi eterno agradecimiento y admiración. Si alguna vez hemos conseguido ver un poco más allá, ha sido porque nos hemos aupado en hombros de gigantes. Como los suyos.

Sit tibi terra levis. Que la tierra le sea leve.

5 comentarios:

Jordi Santamaria dijo...

Desconocía la figura de Yndurain, y la de muchos otros científicos espanoles entranables, gracias por el alumbramiento

Violeta dijo...

Siempre he querido ser científica. Bueno, es mentira. Siempre he querido querer serlo.

Unknown dijo...

¿Nos animamos con post estival? No sé, sobre el verano y lo que le evoca...

Un saludo,
Mario

elnaugrafodigital dijo...

Mañana hará un año del último post. Motivo para escribir un post, quizá?

Unknown dijo...

Medio año para una respuesta, y aquí seguimos esperando. Muy señor mío, para tener un blog en vía muerta, mejor ciérrelo.

Buenas noches
Mario