24 octubre 2008

La importancia de encontrarse a Ernesto

Poesia concreta. Marcelo Aurelio
Poesía concreta. Nocturama Fotoblog. Marcelo Aurelio

Siempre he sentido una profunda, aunque sana y admirativa, envidia por aquellos que poseen el extraño don de la poesía: esa mágica capacidad de hacer surgir en el lector un intenso destello emocional “solamente” con juntar una cuantas (pocas) palabras. Porque humildemente creo que en la poesía, más aún que en el cuento que decía Cortázar, no se puede ganar de otra manera más que por K.O. y además por K.O. fulminante. Y eso, mis absolutamente improbables lectores, es muy, muy, difícil. Verán: yo creo que a la poesía no le es imprescindible un significado (aunque pueda tenerlo), ni una historia (que a veces, no obstante, cuenta), ni siquiera que lleguemos a entender del todo de que nos está hablando (aunque el saberlo, en ocasiones, ayuda), pero lo que sí le es absolutamente necesario, es hacernos sentir con nitidez su impacto, un nítido punch emocional ya desde la primera lectura. Tenemos que acabar de leer y poder decir: “¡Joder, que bonito es esto…!!” Luego pueden venir otras apreciaciones más pausadas, (y desde luego más elegantemente expresadas) o podemos descubrir nuevos matices, e incluso desmenuzar sus ritmos, sus trucos, sus razones, y que incluso nos hagan acrecentar ese inicial placer, pero todo ello no será, al fin y al cabo, sino una mera confirmación de que hemos dado con un efectivo “hálito” poético. Si eso falla, el texto caerá, para nosotros, en la pesadez o en la cursilería, esos dos estados carenciales entre los que la buena poesía mantiene un equilibrio harto delicado.

Puede que por esta dificultad intrínseca que impone la desnudez de la poesía, por su imposibilidad de camuflar la falta impacto con historias, significados o conocimientos; es por lo que a veces tengo la perturbadora tentación de pensar que la poesía es algo, por así decir, “fuera” de la literatura, algo que no comparte con total exactitud las características de los otros géneros literarios más convencionales como la narración, el ensayo, la crítica, o la opinión, algo mas dirigido a la emoción que al intelecto, como si solo tuviera en común con todos ellos, el hecho tangencial (pero a la vez mágicamente imprescindible) de utilizar las palabras como vehículo, como armazón expresivo, algo así como si la poesía fuera uno de los dos polos opuestos de la expresión oral, o escrita, aquel en el que las palabras transportan hacia nosotros pura emoción, por contraposición a aquel otro en el que nos proporcionan puro conocimiento. Mucho se ha escrito, por supuesto, sobre este tema, que otros prefieren expresar diciendo que la poesía supone una forma especial, diferente de conocimiento: algo distinto del racional, pero muy definido y tan revelador como él del aspecto humano de las cosas. ¿Quién podría decir, después de leer la primera de las poesías de más abajo, que no ha captado con precisión el estado anímico del narrador, incluso mejor que con quince folios de prolijas explicaciones?

Quizá a causa de este rollo de arriba, es evidente que no abunda entre los blog el género poético (el original, por supuesto: del copiado rebosa por todos lados), y mucho menos el material del que puedan leerse algunos versos seguidos sin que la vergüenza ajena nos obligue a darle apresuradamente al ratón. Así que me van a permitir la veleidad de compartir con Vds. uno de esos raros ejemplares que uno, en sus andanzas bloguiles, va conociendo. Aunque Ernesto forma parte desde casi siempre del “núcleo duro” que nuestra querida Sardinilla reúne a su alrededor, mi conocimiento de sus escritos era solo tangencial cuando no inexistente. Quiso la fortuna, no obstante, que en uno de esos frecuentes ”encontronazos” virtuales que a veces sin saber cómo tenemos por ahí, que lo que empezara con no muy buen pie, como un conato de enemistad, se fuese transformado en un asombrado conocimiento de sus textos, que a poco de iniciado, me dejo bastante deslumbrado por su intensidad, su expresividad y sus arriesgadas incursiones en muy resbaladizos terrenos literarios: el “dadaísmo” de su esquiador, la tierna poesía burlesca, o los crípticos microrrelatos tirando a surrealistas. La wilderiana importancia de conocer a Ernesto en la vida real, además de permitirme disfrutar de su acentillo malagueño, me confirmó la subyugante sensación de estar presencia de una personalidad muy especial: tierna y compleja, idealista e incisiva, recia y candorosa. Un gran tipo, vaya…

Bueno, basta ya: les invito, por supuesto, a conocer su “Generación perdida”, pero no solo el último post: aunque no sea muy frecuente en la blogsfera tan urgida por lo inmediato, lo reciente, y lo efímero, les animo a sumergirse en él y buscar textos, poemas y dibujos pretéritos (es también fascinante su capacidad de expresión gráfica), en la completa seguridad de que, si de verdad les gusta la lectura y el descubrimiento de cosas nuevas, disfrutarán de unos asombrados buenos ratos. De todas formas, por si no quisieran, o no pudieran, hacer ese esfuerzo, aquí les copio (con el generoso consentimiento de Ernesto) unas cosillas poéticas que a mí me han gustado, pero que no necesariamente tiene que ser lo que les guste a Vds. (se chinchan que para eso es mi espacio). Otro día, si eso, ya ponemos algo suyo en prosa. Ahí va:

Lo que tengo y lo que no

Tengo algunas cosas, no lo he perdido todo,
me quedan dos palabras, abrazo y destrozo,
tres recibos del VIP´s, la complicidad con los locos,
un par de libros regalados, una pizca de odio,
algunas evidencias y pocos testimonios:
nunca te dejaba que me sacaras fotos.
Tengo algunas cosas, no lo he perdido todo,
me acompaña la canción que escuchamos en agosto,
silencio, silencio, sin sorpresas, pero absortos,
en los cuadros de la colcha que tendimos nosotros,
en la cama que nunca más será nuestro reposo,
sino la tumba dulce donde escribo este responso.
Tengo algunas cosas, no lo he perdido todo,
tu mirada de perfil, las cosquillas y el co-co-co,
el gintonic junto al río bautizado por los moros,
una tarde en Portugal con el atlántico de fondo,
y una forma de fregar imposible los recodos
de los suelos que ya no pisaré con tal decoro.
Tengo algunas cosas, no lo he perdido todo,
guardo los pañuelos donde unimos nuestros mocos,
tus dibujos distraídos en papeles entre el polvo,
los mensajes caducados, nuestra pólvora en remojo,
tus recetas de cocina y los calcetines rotos
por haberte andado tanto y haber visto tan poco.

Ernesto García. Una generación perdida. Agosto de 2008

Es lástima que este blog carezca de un nutrida colección de lectores (serán pocos, pero escogidos: eso sí…) porque sería muy divertido realizar un concurso de ingenio para intentar pescar cual es la carga de profundidad que lleva oculta el siguiente poema de Ernesto. Aunque es bello de por sí, su significado “subliminal” dice mucho del ingenio y la “capacidad versificadora” de nuestro personaje. Como pista vale su propio título, claro, pero ya que no es muy reveladora, ahí va otra: aunque a mí no me gusta poner los versos en alineación centrada, en este caso todo tiene sus razones: hasta las faltas de ortografía.

A 59 segundos del final

Quiero y no puedo, mas
una vez pude odiarte,
ingenuo, nadie,
en el momento de decir que
rara vez conocí
otra como tú

Fríamente lo espero,
oradando la pared,
las palabras muertas,
los enigmas, los silencios
asumidos sin modestia,
recogiendo en una muestra
mis mentiras bien contadas,
escondidas como restos.

Alguna vez te sentí.

Mi angustia me recuerda,
al vuelo de un insecto,
mareando un suicidio
en el cristal imposible;
nunca es imposible.

Mirándote la boca,
el sexo dibujado en
nupcias estrenadas,
días entregados a lo
irrelevante,
zarpando a otro abismo
a bordo de un papel vacío,
buscando en el cielo
abierto y cerrado, de tus
labios

Ernesto García. Una generación perdida. Julio de 2008