13 mayo 2008

A solas con Amedeo

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Acceso a la exposición "Modigliani y su tiempo". Museo Thyssen-Bornemisza. Madrid

La verdad es que entré un poco cohibido al enorme vestíbulo del palacio de Villahermosa. Me notaba raro porque hacía mucho tiempo que no acudía completamente solo a una exposición, y si digo que “hacía mucho tiempo”, es porque últimamente parece que los recuerdos me traicionan un tanto y entra dentro de lo posible que así sea, aunque de primera intención, iba a poner “nunca había entrado solo”, que es lo que mi memoria me dicta. Al menos en una exposición de relumbrón mediático como esta. En mi descargo he de decir que hasta el último día posible luché por evitarlo, pero en fin… Al pronto se siente uno un tanto bicho raro y algo tristón, rodeado por doquier de todo tipo de grupos humanos: desde acarameladas parejas juveniles hasta las inevitables hordas japonesas en pos de su cansino guía, pero luego, poco a poco, se le va sacando algún pequeño jugo al asunto.

Así, en primer lugar, aparece una trivial pero inesperada cuestión motora: uno puede pararse o pasar de largo de aquellas obras que realmente le interesen, o se la traen al pairo, respectivamente; sin tener que verse forzado a acompasar interés y recorrido con los de ningún acompañante, o dicho de otra manera, sin tener que estar vigilando todo el rato por el rabillo del ojo, ese casi imperceptible gesto de disgusto o de impaciencia del otro, cuando no comparte nuestra distribución temporal frente a las telas. Se nota uno mucho más sueltecico, y esto te produce una especie de relajación física que, según pude constatar, alivia en muchos puntos el cansancio que los recorridos museísticos causan (o me causan… no sé). En segundo lugar una cuestión mental: también queda uno liberado de tener que estar constantemente ideando comentarios ingeniosos y/o eruditos sobre los objetos artichticos expuestos, cuyo único y peregrino fin, es según los casos, el de impresionar, instruir o distraer a nuestros sufridos acompañantes (los cuales, por supuesto, la mayoría de las veces maldicen por lo bajini tan desinteresado esfuerzo) y que a la postre pueden llegar a producir un estrés mental considerable.

En fin: que el que no se consuela es porque no quiere, y allí estaba yo, como decía, entrando más solo que la una a la exposición de Amedeo Modigliani que esta semana se clausura en el museo Thyssen-Bornemisza. La muestra está fraccionada en dos ubicaciones: además de esta del museo Thyssen, otra en los salones de la fundación Caja Madrid unas manzanas más abajo por la carrera de San Jerónimo. En conjunto, una magnifica recopilación de la obra de Modigliani desde sus comienzos bajo la influencia de Paul Cézanne (¡soberbia ocasión la de poder comparar, en vivo y en directo, su obra temprana con el impresionante, y mítico para los modiglianistas, “muchacho del chaleco rojo” de Cézanne!!) hasta las obras de “madurez”, si es que puede hablarse de tal cosa para alguien que murió a los 35 años.

A destacar personalmente del conjunto de la exposición, el descubrimiento asombrado de la superior expresividad y emoción de sus retratos sobre la de los desnudos, más conocidos pero en cierto modo trivializados en demasía por el merchandising, que aunque es rigurosamente cierto, por supuesto, que destilan una potentísima carga erótica cuando uno se planta delante de ellos, acusan un tanto la impersonalización de su elaboración alimenticia por encargo de su amigo Leopold Zborowsky y el marchante Paul Guillaume. Por el contrario, para mí, como espectador, los retratos emiten de inmediato una más rotunda sensación de vida y alma, de personas reales, de seres de carne y hueso, y podría uno pasarse las horas muertas plantado delante del retrato de Mme. Zborowska, el de Anna Zborowska, o mi preferido de entre los expuestos “la mujer polaca”, extasiado ante la minuciosidad de los finísimos matices en el dibujo del rostro, el delicado equilibrio cromático de entre fondo y figura, o el alarde de composición de las ondulantes e imposibles figuras, a mitad de camino entre las máscaras africanas y los rostros angelicales de Boticelli, y que, a pesar de todo, uno acaba viendo como absolutamente naturales; detalles todos ellos que ofrecen la peculiar característica de que siendo completamente evidentes en la contemplación directa del cuadro, resultan imposibles, o casi, de apreciar en las reproducciones convencionales de papel o pantalla que estamos acostumbrados a manejar. No puede uno evitar acordarse de la frase de Paolo Giovio sobre el portentoso retrato del cardenal Francesco Alidosi de Rafael, del cual afirmaba “que se parecía más al retratado que el propio cardenal” (si tenéis ocasión, no dejéis de ver este retrato de Rafael en la planta baja del Prado: es una experiencia única. Garantizado).

Y así, al salir en aquella fresca tarde primaveral al paseo del Prado, verde y reluciente por la lluvia recién caída, solo el recuerdo en la retina de esos indescriptibles matices de los rostros de Amedeo, me consolaban, un tanto melancólicamente, de la perdida, irreversible ya, del placer de haberlos podido compartir contigo. Otro día, otro cuadro, otra emoción serán. O eso espero.

8 comentarios:

ernesto dijo...

Le agradezco sus palabras. Me alegro de que le guste. Me pasare por aquí de vez en cuando. Un saludo.

Violeta dijo...

Joder triple C! No sabía yo de este calco blogspottiano. ¡Qué similitudes las del malva de fondo! Igualico que el de spaces! Jaajajajajaja. Ya decía yo que no encontraba el comentario que dejé en 'este' post.

Juanjo Montoliu dijo...

Llevas mucho tiempo a solas con Amedeo, Carlos.
A ver cuando nos deleitas con algo nuevo.

Un abrazo.

elnaugrafodigital dijo...

Sí Carlos. Me dijo Violeta que tenías aquí tu espacio en blogger. No soy muy amigo de los "spaces" porque tardan en cargarse y no sé, hay como demasiada cosa ahí. Yo estoy muy contento en wordpress. Te lo recomiendo. Pero eso sí, ¿qué pasa que no escribimos? Creo que en mi posición de bloguer muy comentado estoy en deuda pero, claro para eso hay que escribir... Dicho esto, dos mini sugerencias que no puedo dejar de callarme. Quizá quedaría mejor un título al blog, más allá de "Carlos", y luego, mira, eso de las "rojas señalessss"... No puedo evitar no decirte que tiene un deje a adolescente intenso.... Y la cursiva, ay, la cursiva... A veces queda de revista poética de barrio, ya me entiendes. Ya ves, que te deje un comentario y además para criticar constructivamente, qué mal. Bueno, espero que no te haya molestado. abrzs

Carlos dijo...

Jajajaja... no, no me ha molestado Edu. Es curioso como a uno cada vez le molestan menos cosas, no sé si por que se hace más tolerante o simplemente más insensible. Pues sí, creo que tienes razón en casi todas tus apreciaciones, pero que le vamos a hacer: la verdad es que este engendro surgió precisamente para hacer desesperadas rojas señales sobre unos ojos muy presentes por aquel entonces, por muy adolescente que suene, y luego ya se sabe: la inercia o la pereza.. ahí se quedó el rotulillo. En lo que sí comparto tu opinión sin reservas, es en que necesitaría los servicios de un buen diseñador gráfico... jajajaja. A ver si pica alguno.

Anónimo dijo...

Dios, no entiendo nada. ¿Quién era la portadora de esos ojazos, otrora tan presentes, ora ausentes?

Carcas, no nos dejes en ascuas. Deléitanos tú que sabes, sagitario potente, con tu historia de amourrrr.

Carlos dijo...

Ainssss... ma chérie: ¡Qué te voy a contar yo, que tú ya no sepas! Con lo sencillita que es mi vida, especialmente la amorosa...

Anónimo dijo...

Sí, lo que tú digas... Pero sigo sin saberlo. Aquí estaré espiandote hasta que lo casques, Cascor!!!!