02 marzo 2011

Decíamos ayer... Vitoria 03/03/1976

El día 03 de Marzo de 1976, en las revueltas obreras de la ciudad de Vitoria, cinco personas murieron en enfrentamientos con la policía y 150 resultaron heridos de bala. En Marzo de 1976, Manuel Fraga Iribarne era ministro del Interior y yo estudiaba en el Colegio Universitario de Alava, Vitoria.

Entrada "Flashback" del 06/12/2005


Sentía el aroma del café mientras de pie, apoyado en el respaldo de la silla miraba por la ventana:

- Carlos, ¿lo quieres solo..?

Desde esta perspectiva tenía una curiosa vista de la gasolinera situada allá abajo. Nunca creí que fuera a tener algún día esta panorámica, pero la vida se empeña en hacernos ver las cosas desde muchos ángulos, pensaba mientras sonreía para mis adentros. Me resultaba curioso estar prácticamente encima... en esta casa, en estas circunstancias. Era demasiado para no sentir que los recuerdos fluían sin poderlos controlar...

Ahora poco a poco los colores brillantes, rojos y naranjas, de la gasolinera se iban desdibujando a medida que mi memoria retrocedía treinta años atrás. Iban volviendo despacio a un blanco mústio, con una simple franja azul marino adornando las bases de las columnas... Los paseantes que deambulaban despreocupados a su alrededor iban siendo sustituidos, como en un sueño, por una multitud que hormigueaba en torno al edificio, extendiéndose desde sus aceras hasta el seto central de la avenida y aún hasta la acera opuesta. Recordaba los sonidos.... era como el ruido de una marea, como un sordo rugido, un griterío rítmico que subía y bajaba de intensidad, como una canción áspera y ruda. No se entendían las frases, la barahúnda de fondo era demasiado fuerte como para distinguir las palabras.

Una mezcla de miedo, excitación y euforia se agarraban a mi estómago haciendo que todo pareciera confuso, pero extrañamente nítido: parecía ver y oír todo con mucha precisión, aunque no podía aislar ningún sonido o imagen concreta. Desde el grupo en que yo estaba, distinguíamos a unos cincuenta metros la enorme barricada que, con materiales de alguna obra en construcción, cortaba el paso de la calzada: una montaña de ladrillos, tablones y fragmentos de andamios se apoyaba en grandes tuberías de cemento situadas en el centro. A su alrededor varias decenas de personas con buzos y cascos iban y venian continuamente portando nuevos objetos que añadían al enorme montón. Nos dominaba una extraña exaltación... se comentaba que varias furgonetas con policías habían tenido que detenerse a la entrada de la avenida, a unos centenares de metros, frenadas por las primeras barricadas y grupos de gente. Juntos nos sentíamos protagonistas y poderosos.

Entonces, un movimiento inusitado me sorprendió: uno de los utilitarios aparcados en la acera cercana a la barricada, pareció moverse de una forma extraña, como saltando o rebotando. Al prestar más atención percibí la gente que se arremolinaba a su alrededor; bruscamente el coche pareció flotar sobre la multitud y llevado de un impulso irresistible avanzó sujeto en volandas por decenas de brazos, hasta estrellarse contra el parapeto. Un alarido de triunfo resonó en el aire, mientras los brazos se alzaban y los cuerpos saltaban como en una danza primitiva. Pocos segundos más tarde, otro coche seguía el mismo camino del primero y después un tercero. El griterío era ahora ensordecedor. Un extraño sentimiento de aprensión se apoderó de mí. Recuerdo nítidamente cómo una pequeña luz de alarma se encendió de pronto en mi interior: aquella locura colectiva empezaba a tener un punto de irracionalidad que me asustaba... presentía que algo no iba bien.

Un grito agudo me sacó de mi parálisis: un land rover gris, erizado de rejas negras en las ventanas, avanzaba desbocado a toda velocidad por el centro de la acera, en dirección a la gasolinera. Ahora el ulular frenético de la sirena se superponía a todos los demás sonidos... vi con horror como el vehículo embestía todo a su paso, pasaba a escasos centímetros de los arboles, los escaparates, los portales. Gente aterrorizada gritaba y corría por la acera en cualquier dirección apartándose enloquecida de su trayectoria. Alcancé a ver como varios tropezaban y caían delante del bólido: solo un desesperado tirón de los que corrían a su lado los libraba, en el último instante, de ser arrollados. Paralizado de terror observé como el land rover, sin duda por alguna vacilación de su conductor, comenzó a dar bandazos de un lado a otro de la acera, y embocó derrapando el pórtico de la gasolinera. -¡Los surtidores...!- alcancé a pensar y entonces, con un brusco giro sobre sí mismo que a punto estuvo de hacerlo volcar, el coche se detuvo: había sobrepasado la barricada y se encontraba a escasos veinte metros de nosotros. Instantáneamente comenzaron a llover ladrillos y cascotes sobre él. La luz azul de su techo apenas duró unos segundos antes de caer rebotando sobre el capó. Después, con estrépito, reventó un cristal lateral, mientras la reja metálica caía hecha añicos.

Empezábamos a retroceder aterrorizados, cuando violentamente se abrieron las puertas traseras y seis u ocho guardias armados de escudos y fusiles, saltaron de su interior apuntándonos. Un pavor intenso se adueño de mí, un miedo irracional, me hizo darme la vuelta y comenzar a correr con toda la fuerza de mis piernas, no pensé hacia donde, ni como, solo corría y corría desesperadamente. Noté un golpe en la espalda. Detrás oía explosiones, gritos, silbidos agudos. Al dirigirme hacia una de las bocacalles distinguí la hilera de uniformes grises que taponaba la entrada: sin pensarlo ni detener la carrera, giré noventa grados, subí por la acera opuesta de la avenida, alcancé una iglesia, corrí por su lateral, colándome con dos o tres personas más por un estrecho callejón. No sabía dónde estaba, ya empezaba a perder el aliento, cuando desembocamos en una calle desierta y silenciosa. Los ruidos de sirenas, gritos, explosiones se oían ahora amortiguados, lejanos. Veíamos elevarse una columna de humo detrás de los tejados. Nos detuvimos jadeando, apoyados en la pared. Notaba un dolor intenso en un hombro. Al mirarnos los unos a los otros, sin conocernos, vimos el terror reflejado en nuestros ojos avergonzados, en las bocas abiertas, desencajadas...

- ¡Carlos...! ¡Carlos...! ¡Que si lo quieres solo o con leche!

Volví la vista hacia la mesa, donde humeaban las tazas de café.

- ¿Eh...? ¡Ah sí...! Perdona: solo, por favor.

Eché un último vistazo a la gasolinera desde este ángulo insólito. Volvía a tener ahora sus brillantes colores rojos y naranjas. La gente paseaba distraídamente a su alrededor. Los coches paraban y arrancaban en los semáforos de la avenida. Sonreí para mis adentros mientras recordaba un supuesto aforismo, supuestamente chino, que supuestamente leí en algún sitio: "Que Dios te evite la desgracia de vivir un momento interesante de la historia". Definitivamente di la espalda a la ventana.

- Oye, ¿Sabes que huele muy bien este café...?

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